Podría pedirte por favor que no me
dejes en paz, pero no voy a rogar por mi vida o mi paz mental.
Es extraño, sabes. Muy. Y todavía no
deja de sorprenderme mi valentía, porque ya no tengo miedo, ¿viste?
Ya no me das miedo, me das lástima.
Pensar que por tanto -tanto- tiempo
fuiste mi inspiración; llenaste las líneas de mis cuadernos;
también tenías un alto porcentaje de presencia en mi cabeza, y
encima tenías el tupé de robarme el corazón (a veces, después de
todo, sí).
Corrí contra la corriente por vos, no
porque me lo pedías, sino porque yo así lo quería. Te quería, con
toda mi enfermiza y adolescente alma; esa que cree que el amor es
para siempre y que nunca iba a permitir que nada ni nadie nos separe.
Quizás lo dos así lo hicimos y así lo idealizamos, hasta que mi
frente chocó con tu frente y nos terminamos de enfrentar.
Vos no eras para mí y yo tampoco para
vos. Intenté explicártelo con poemas, con versos, con silencios,
con gritos y puteadas, pero aún así no lo entendiste. Sin verme, sin
saber de mí -o yo de vos- enterraste en lo más profundo todo
afecto. Ya no queda nada. Hace mucho que dejaste de latir.
Y aún sabiendo que no hice nada malo,
mi consciencia no me deja dormir: ¿Soy una mala persona? ¿Qué voy
a hacer con tantos recuerdos horribles dentro de mi? ¿Qué va a
pasar con mi tranquilidad? ¿Me la van a devolver? ¿Vas a
desaparecer al fin? Sos el fantasma que no me deja en paz desde que
decidí quererme un poco más.
Pienso mejor lo que siento, lo que creo
y lo que quiero, y no quiero que me dejes en paz. No quiero un nudo
en la garganta, presión en el pecho, nauseas y dolor de cabeza al
recordar quien sos. ¿Y ahora quién sos? ¡Nadie!
Como no voy a permitir que nadie me
deje en paz, no voy a dejar que me mates, ya no más. Me mataste de
todas las formas que se puede matar el amor de una chica que daba la
vida por vos. No voy a dejarte la última posibilidad de matar lo
poco que pueda quedar de mí. O al menos no te va a resultar tan
fácil, porque nunca lo fue.
Nunca fui tu propiedad.
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