No había nadie que me mire con el mismo brillo con el que vos me mirabas en aquellos días, sin embargo; yo tenía mi mirada ocupada en otras sombras. De todos modos, nunca dejé que apartes tus ojos de mí.
El tiempo pasó y las sombras se aclararon al punto de verte salir de ahí; vos prendías la luz y tu amigo se desprendía de mí. Qué importa, siempre fuimos más de dos. Y aún así no me entregaba, ni me entregué.
Un par de melodías para acordarte de que no me habías olvidado; me veías con él, pero no me dejabas de sonreír. Yo tampoco.
Y ahora, tanto tiempo después, pareciera que el tiempo no ha pasado en absoluto. Te cruzo sin querer y tus cachetes se enrojecen, tiembla tu voz y repites palabras sobre cosas que me dices pero no quieres decir, esas que salen a la fuerza en lugar de las que quisieras.
Siempre hiciste lo que quisiste, pero no conmigo.
Hoy somos cuatro, más la sombra que volvió a tener peso en esta balanza de cosas sin sentido, pero no importa. Me gusta verme en tu mirada y saber que esa titubeada la causé yo.
No me gusta pensar en lo que hubiese pasado si hubiese dejado las cosas fluir, dejalo ahí. Me gustas así.
Sí.
jueves, 2 de marzo de 2017
El arte de no tocarte y amarme sin tocarme
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