jueves, 22 de septiembre de 2016

Emergency room

Me sentía rara, me faltaba el aire. A veces sentía que el corazón me latía tan fuerte que se me iba a salir del pecho. O quizás por la boca; quizás así explicaba las náuseas y las cosas raras en el estómago que me daban ganas de vomitar.
Me sentía enferma. Con un virus desconocido por mis anticuerpos. Algo me estaba matando por dentro.
En mi cabeza también estaba. No podía dormir porque en mis sueños también aparecía.
Sentía que me estaba muriendo.
Me senté en la sala de espera, pero no venía nadie, y  los que pasaban no me podían ayudar. Nadie me entendía, y sin embargo me moría.
¡¿Cómo puede ser que no haya un médico en este hospital que pueda curarme?!
Me levanté como pude y me fui a otra sala, en otro lado; también pasé por lo mismo.
Otra vez nadie pasaba y el que pasaba me tenía de aquí para allá, enfermandome un poco más. Nadie me curaba. Nadie me entendía. Nadie me escuchaba.
Ya estaba cansada. Agotada. Aburrida, pero necesitaba saber qué me aquejaba.
¿Por qué no puedo estar en paz?
Así fue que, como pude, me volví a levantar y me fui -casi desesperada- a la sala de emergencia de un hospital nuevo en el lugar. Estaba lleno. Todos me querían atender.
Me asusté por tanta gente, y cuando vi al doctor sonreír pensé que él me iba a decir qué tenía. Pensé que me iba a salvar.
Vos no te estás muriendo, este no es tu momento, ni el lugar.
Dijo con su mirada de ojos color miel, sin siquiera abrir la boca.
Y así me salvé.
Quizás fue su sonrisa, o quizás yo no estaba enferma. Quizás tampoco me estaba muriendo, pero qué loco cómo un Hola puede salvarte del delirio, y sacarte de la oscuridad.

Lourdes

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Lo que no ves

Ando a mil

De aquí para allá, llevando y trayendo. Ocupado, siempre apurado.
Caminando tan rápido por alguna peatonal -o en una vereda muy angosta, peor- que terminas chocando con el hombro de algún otro que camina en tu contra. Y no hablar del que está delante y parece que va paseando y no cede lugar.
Vas agitado, llegas a destino todo transpirado, alterado. Haces lo que tienes que hacer y otra vez la carrera con el mundo para llegar al otro lugar que debes ir.
Nunca tienes tiempo. No pasa por salir temprano o haberte dormido media hora más; siempre andas a mil y te cansas.
Así es como te empiezas a cansar, no sólo de ese ritmo catastrófico, sino de todo lo demás.
Te quedas sin energía para disfrutar de lo más mínimo, y en tu tiempo libre sólo esperas poder dormir.
¿Por qué?
Quizás es muy probable que no puedas evadir esas obligaciones que debes cumplir sí o sí. Quizás dejas seguir haciéndolo todos los días hasta que te asignen otra tarea distinta pero donde igual vas a vivir así. Quizás eso no lo puedas cambiar.
Pero, ¿no crees que podrías tomarte cinco minutos para respirar?
Sentarte en un banquito cualquiera de una plaza o un boulevard del trayecto que siempre haces, por donde pasas constantemente y nunca te detienes a observar.
Sólo un momento. Sentarte a tomar aire y escuchar el ruidito de los pajaritos; las conversaciones de la señora que está sentada a pocos metros, luchando para que su hijo/nieto no levante el helado del piso. O por qué no, mirar correr el agua turbia de la fuente, que por fín está funcionando.
Fumar un cigarrillo, darle un mínimo momento de relax a esos pies que todavía tienen para rato.
No le hace mal a nadie, ni tampoco es tiempo perdido. No vas a cambiar el mundo en cinco minutos, y si se pudiera, no lo harías igual por estar cansado, con la mente acelerada.
Evita el estrés de vivir así, a mil.
Te puedo asegurar que en cinco minutos en una plaza se te pueden ocurrir las mejores ideas, y hasta surgen las respuestas a eso que te estuvo comiendo la cabeza desde hace un mes.
Hasta puedes conocer a quien siempre buscaste, quién sabe...
En una de esas, estas invirtiendo. Y esos simples cinco minutos se vuelven más productivos que las ocho horas que pasas trabajando.

Ya pasaron los míos, me toca seguir.

martes, 6 de septiembre de 2016

Gamer

Jugando conmigo, ¿qué ganas?
Un experto en el manejo de realidades virtuales. Conoce más de cien combinaciones para no perder.
Con sus suaves manos -que han entrenado bastante, con quién sabe cuántos joysticks- realiza las combinaciones exactas, perfectas, para desarmarme por completo.
Me dejo llevar
Con la mirada desafía, me invita a jugar con él, me incita a perder. Yo le quiero ganar, y cuando pierdo
Me dejo llevar
Él es un gamer profesional, se sabe todos los trucos para zafar. Me ve enojada, me deja ganar. Me vuelvo a enojar.
Me dejo llevar
Me tiene como loca, me muerdo la boca de ganas de comerle la boca. Vuelve, viene, me deja y se va;
Me dejo llevar
Como un vicio, es adictivo. Qué difícil es dejarlo de jugar. Es el juego más entretenido de un tiempo hasta acá.
Me dejo llevar
¿Pasé de nivel o es el round más largo que alguna vez jugué?
Me gusta jugar, ¿le gusta jugar?
Si yo pierdo, ¿quién gana?
Si él me gana, ¿qué gana?
Una vez más, decidida
Me dejo llevar