Ruido. Tanto ruido. Palabras tras palabras, tan fuertes que no dejaban oír la risa otra vez. Sólo se escuchaba el ruido. Ruido y nada más.
Tomó el primer tren, se fue. Ahora ya no quiere estar más ahí. Ya no está. El nuevo lugar era cálido aunque pequeño. Había calma, pero el ruido siempre estuvo. Nunca la dejó en paz.
Pasaron los días y todo iba mejor. Los días dejaban de ser grises, ya salía el sol; cuando otra vez el ruido comenzó a perturbar su cabeza. Escuchaba con miedo, se dejaba endulzar el oído por ese sonido que sólo la dañaba un poco más. No podía parar de escuchar, no podía dejar de escucharLo.
Perdió la cabeza buscándolo, y cuando levantó la cabeza estaba sola pero a la vez rodeada de cientos de caras desconocidad. Estaba muy lejos, era de noche, hacía frío. El viento le secaba las lágrimas, mientras ella no podía hacer más que mirarse desde afuera y darse lástima.
Deseaba, con todo su corazón, volver a casa y prenderse de esos brazos que la esperaban de vuelta siempre. Ahora ya no estaba ahí. No estaba en ningún lado. Ella deseaba no estar más, no ser más.
Un ángel apareció en el camino, la miró y le prestó ese abrazo que tanto necesitaba.
Luego de tres horas (que parecieron diez): "Es hora de volver". Subieron, volvieron, se durmió.
Cuando abrió los ojos estaba otra vez en el que era un cálido lugar, y se había convertido en un infierno. Tomó sus cosas, subió en segundo tren, pensó y emprendió su camino de regreso a casa.
Seis horas de reflexión lacrimógena, sumadas a las tres de la noche anterior parecían suficientes para secar su corazón, y de hecho así fue.
Nadie nunca va a entenderla, por el simple hecho de que el único sentimiento que no se puede comprender es el dolor.
"Ya no duele y no va a doler", dice Emiliano, pero en el fondo a todo el mundo siempre le va a doler recordar el día en que dejaron de sentir.
"Now she's broken. Just don't try to help her".
Marisol.-
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