En un pequeño pueblo rodeado de exuberante naturaleza, vivía Lourdes, una mujer soñadora y curiosa. Un día soleado, Lourdes decidió salir a correr por los pintorescos senderos que se adentraban en el bosque. Sin embargo, lo que comenzó como una simple carrera se transformó en una experiencia surrealista.
Mientras Lourdes avanzaba entre los árboles, sintió una extraña vibración en el aire. Los rayos del sol se intensificaron, y los colores del entorno parecían cobrar vida con una saturación mágica. Lourdes se sorprendió al ver cómo los verdes se volvían más intensos, los azules más profundos y los rojos más vibrantes. Era como si hubiera entrado en un mundo completamente diferente, un sueño despierto.
Entonces, entre los destellos de colores deslumbrantes, Lourdes percibió una figura distante. Era un hombre mayor, con una barba que se mezclaba entre el blanco y el gris, y llevaba una peculiar combinación de ropa: una campera marrón sobre una remera de algodón azul. Su rostro, aparentemente serio, reflejaba la sabiduría y las experiencias de una vida vivida con intensidad.
Movida por una extraña conexión, Lourdes decidió acercarse. A medida que se acercaba, notó que el hombre realizaba un gesto peculiar con los labios, como si estuviera a punto de dar un beso al aire. Sin embargo, antes de poder pronunciar una palabra, el hombre pasó junto a ella sin mirarla.
Desconcertada, Lourdes decidió perseguirlo. Corrió más rápido, cambiando de carril en la vereda para acercarse a él. "¡Hola, soy yo! ¿No te acuerdas de mí?", pensó mientras su corazón latía con ansiedad. Pero, lamentablemente, sus esfuerzos fueron en vano, ya que el hombre parecía ajeno a su presencia.
Lourdes continuó su recorrido alrededor de la plaza, esperando volver a ver al misterioso hombre. Sin embargo, cuando llegó al punto de partida, él ya se había ido. Lourdes buscó a su alrededor, buscando señales de una versión envejecida de ella misma, pero no encontró ninguna pista que pudiera confirmar su teoría.
Sumida en una mezcla de asombro y decepción, Lourdes se preguntó si aquella experiencia fue producto de su imaginación o si realmente había viajado en el tiempo. ¿Quizás había sido una visión de su propio futuro o de una realidad alternativa?
Desde aquel día, Lourdes se convenció de que había vislumbrado a su ser querido envejecido. Y aunque no tenía pruebas tangibles, en su corazón sabía que el encuentro fue real en algún nivel más profundo, más allá de las fronteras de la realidad.
Desde entonces, Lourdes continuó su vida en el pueblo con un brillo de esperanza y un deseo de seguir explorando los misterios que la vida le ofrecía. Sabía que incluso en sueños y visiones, se podían encontrar verdades ocultas y conexiones etéreas. Después de todo, el mundo onírico era un lugar donde las posibilidades eran infinitas y los límites de la realidad se desvanecían.
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