lunes, 29 de noviembre de 2021
Berrinche
domingo, 21 de noviembre de 2021
Todo por culpa de la falta de ESI
¡Qué alivio! Al fin termino de entender que lo que me gusta en realidad no es lo que son/eran, sino el ideal que armé en mi cabeza. El modelo hecho por mí, basado en mis gustos, en la idea que yo tengo de lo lindo, libre, serio, oscuro, de aquel que esconde misterios en sus ojos.
La mala costumbre de idealizarlo todo, romantizar con novelas de amor de antaño, cuál más pedorro, cliché, con finales del orto, siempre el desamor, con la tonta que llora de infelicidad, porque nunca le es suficiente.
¡Qué alivio, menos mal! A veces está bueno despertarse en esta horrible realidad.
No eran tan lindos. En realidad, es alta la cuota de berretismo, bizarro, muy horrible todo. Sacá, sacá. Dejame despierta, ya basta de soñar con espantos, todo porque te hacen llegar al orgasmo.
Fuá!! Cuántos amores más hubiese tenido si tan sólo les hubieran enseñado a coger bien a todos.
jueves, 23 de septiembre de 2021
La voz
lunes, 5 de julio de 2021
Covid positivo
lunes, 17 de mayo de 2021
Gestar y parir en pandemia
En marzo de 2020 las cosas comenzaron a cambiar para siempre en nuestro país. El gobierno nacional anunciaba la cuarentena obligatoria y con eso, una seguidilla de medidas que ya todos conocemos, con la idea de evitar la propagación de un virus del que aún no se sabía mucho. Lo mismo me pasaba a mí: en marzo de 2020 me enteré de que estaba esperando a mi primera hija, y no tenía idea de todo lo que iba a pasar después.
Fue un embarazo planificado y muy esperado, por ende, y como toda primeriza, tenía cientos de ideas en la cabeza, propias del embarazo: al principio, el miedo al aborto espontáneo hasta la semana 12 (aún sabiendo que la posibilidad siempre está, sólo disminuye); después, la forma en que iba a cambiar nuestras vidas con la llegada de un bebé, y tratar de prepararse para ese cambio; pero a todo eso se le sumó algo que no estaba previsto: una pandemia.
Gestar en casa
Pasé todo mi embarazo en mi casa, sola con mis perros, mis gatas y Matías, quien salía a trabajar todos los días; yo podía hacerlo desde casa, pero él, al salir, estaba expuesto al maldito virus. Ese maldito virus por el que no pude disfrutar de mi embarazo acompañada de mi madre y mis afectos. Mi tribu, mi hermana y mis primas. Todo contacto fue virtual, y no me insistan en que es lo mismo porque no. Por videollamada no se puede sentir una mano de apoyo en la espalda cuando estás vomitando todo el día, o puedo seguir con los ejemplos un buen rato. En fin. Estuve sola, pero cuidada, y eso es algo que valoro, ya que el miedo no dejaba de acechar mi cabeza.
Era una constante que se alimentaba con los noticieros que veía, por mi trabajo. Las estadísticas, la curva, el pico, la cantidad de camas disponibles, los contagios en geriátricos, las vacunas a prueba, muertos, muertos, muertos. Qué difícil es pensar en traer vida cuando todos se están muriendo.
Con las hormonas a flor de piel y sola en mi casa, no hacía más que pensar y hasta sentir culpa por traer una persona a un mundo tan roto. La quisimos y buscamos tanto y una pandemia me hizo sentir culpable de haber hecho algo que planificamos con tanto amor. Nadie debería gestar desde el miedo, la angustia y el dolor.
Como gran parte de la población, volví a terapia. Me hizo bien tener alguien con quien hablar de cosas que no se puede con amigos o familia. La presencia de Belén siempre será una bendición en mi vida. Perdí el miedo a perder a mi bebé; y dejé de pensar tanto en la muerte. Cambié eso y al fin me animé a proyectar e imaginarme la carita de mi bebé y todo lo que quería enseñarle. Le pusimos un nombre y al fin empecé a disfrutar esa etapa, la más linda que viví hasta ahora.
Empezamos un curso de preparación para la llegada del bebé con una mujer que le agradezco al universo haber puesto en mi camino, Cecilia, y comenzamos a desaprender muchas cosas sobre mi cuerpo y mi estado que yo pensaba que conocía muy bien, pero no era tan así.
Me informé sobre parto respetado, derechos de mamá y bebé, oxitocina sintética, episiotomía, cesáreas innecesarias, parto sin dolor, hora sagrada, entre otros temas que desconocía y me parecía fundamental que tanto yo como Mati lo sepamos, para tener el parto ideal como lo habíamos imaginado.
Sin embargo, nada de lo anterior sirvió para acompañar a una pareja de padres primerizos a enfrentar el reloj y las instituciones; y lo que yo temía que pasara finalmente pasó: sufrí violencia obstétrica.
Elegí cuidadosamente a la doctora que me iba a acompañar en el trayecto. Pasé por cinco consultorios antes de decidir y no me arrepiento, pero sí lamenté otras cosas más adelante.
Hay una falsa creencia de que cuando hablamos de “violencia” sí o sí deben haber golpes o insultos; pero esto no es así. La falta de información es violencia. El silencio, es violencia. Que te apuren la hora de parir, es violencia. No llamar a las cosas por su nombre, también es violencia.
La intervención
Con 39 semanas de un embarazo sano y sin complicaciones, en un control de rutina me practicaron la maniobra de Hamilton, la cual se realiza CON CONSENTIMIENTO PREVIO y a través de ella se despegan las membranas para desencadenar el parto. Esta maniobra se realiza cuando pasaron las 41 semanas de embarazo y no hay novedades aún del parto; no antes. Y siempre se debe tener el permiso de la mujer. Jamás me consultaron.
“Ahora vas a empezar a sentir contracciones más seguidas y la bebé puede nacer hoy (jueves), mañana o más tardar el domingo”, me dijeron y me fui a casa temblando. Ansiosa, preparé bolsos, avisé a mi familia, y comencé a prepararme mentalmente para todo eso que había estudiado. Nada sirvió.
Las contracciones efectivamente comenzaron, perdí el tapón mucoso, y mi ansiedad me hacía pensar que ya nacía, esa misma noche, y mi madre, acompañándome en casa, me calmaba diciendo “No estás de parto, hija. Cuando sea el momento te vas a dar cuenta...”. Cuanta razón, madre.
Al día siguiente me llamaron a control nuevamente, era viernes, último día hábil de consultorios. Me dijeron que vaya preparada. ¿Acaso sabían que iba a nacer ese día? ¿Cómo estar seguros? Sabía que no debía acceder a la oxitocina sintética, pero después del tacto y de un “vamos bien, pero podemos ayudarte con un suerito para que la gorda nazca hoy, sino puedes seguir así hasta el domingo”; la ansiedad, el miedo y los nervios me hicieron decir que sí. Ese fue mi error, porque ahí comenzó mi tortura.
Una obstetra que llegó después de mí (cuando deben recibirte, teóricamente), que hacía chistes machistas sin sentido y nos dejaba solos; una mañana calurosa en la que tuve esperar una cama media hora en la vereda, después de discutir con las secretarias de administración (teniendo una buena obra social, justamente pensando en que esto no pase); y la incertidumbre de todo lo demás fueron el conjunto de situaciones que me anticipaban que nada iba a ser como planeábamos.
La internación
Estábamos él y yo, solos en la habitación, me reí la primera media hora, y después solo recuerdo entrecortado y, como en las películas, cuando vienen escenas tristes y la pantalla se pone negra; así van sucediendo las imágenes en mi cabeza de todo lo que continuó.
Las contracciones duelen, pero somos mamíferos, y el trabajo de parto POR ALGO DURA HASTA 20 HORAS. El dolor es gradual. Cada cuerpo tiene un umbral de dolor diferente, pero la oxitocina hizo que de sentir leves dolores, sienta que me partían la espalda con un hacha.
La oxitocina sintética haciendo efecto |
Se me borró la sonrisa de la cara y ya no quería ver a nadie más. En mi cabeza empezaba a culparme “por no aguantar” y Dios sabe cuánto anhelaba poder estar con mi mamá y mi hermana, mi tribu, dándome el aguante que necesitaba. ¡Qué iban a estar! Si con suerte dejaron pasar al padre de mi beba, por el maldito protocolo covid.
De a ratos aparecía la obstetra con la enfermera para inyectarme algo más. “Esto te va a hacer picar la cola”, fue lo único que recuerdo de las 3 o 4 veces que fueron a ponerme cosas. Ojalá hubiésemos preguntado qué era. Ojalá nos hubiésemos negado. Nadie nos informó nada.
Hasta el momento el dolor era tolerable, pero mi paciencia desapareció cuando, en el tacto de control, la doctora me dijo que la dilatación estaba casi completa, pero el cuello del útero no se había borrado nada (consecuencia de la oxitocina sintética), y otro chiste estúpido de la obstetra fue suficiente: “La cabeza de la bebé está en Loreto todavía!”. ¡¿Qué?!
“Yo creo que en dos horas más ya podemos empezar a pujar”, ¿DOS HORAS MÁS? Ya habían pasado casi cinco. No aguantaba más el dolor. Me refugiaba en el baño, encerrada, en la oscuridad. Me sentía cómoda surfeando las contracciones sola. Recordaba las palabras de Cecilia: “Piensen las contracciones como olas, vienen, llega lo mas alto, y se va, surfeen”. También la comparación con las perras cuando van a tener sus perritos, que elijen el lugar mas lejano y tranquilo de la casa y se van solas. Así me sentía. Pero ya no aguantaba más.
Entre contracción y contracción me dormía, no tenía fuerzas ni para pararme. Sentía ganas de ir al baño, motivo por el que decidí encerrarme ahí. La escuchaba a la doctora desde afuera dándome la opción del parto sin dolor. La respuesta fue un rotundo NO.
Yo sabía que todo eso que estaba pasándome era solo la mitad del proceso, y ya no tenía fuerzas para la otra mitad. Mi mamá y mi hermana no me hubiesen dejado renunciar. Le pedí a Matías que no me deje renunciar. Lloré por haber terminado renunciando y pedir a gritos una cesárea.
Hoy, seis meses después, logro ver que en todo esto sólo podía pensar en mí. No fui capaz de sentirme medio. No pensé en mi bebé, que por suerte estaba bien. Ella siempre estuvo bien en mi panza, y todavía no quería salir. La apuraron. La apuramos. Siempre voy a encontrar algo del parto para culparme por mis malas decisiones.
Me hicieron una cesárea no programada ni de emergencia. Fue innecesaria, de esas que criticaba, de esas que hay que evitar porque se hacen de rutina y limita el cuerpo de la mujer a muchas cosas, como parir vaginalmente en el futuro, por ejemplo.
Hasta el último momento antes de entrar al quirófano, nadie se preocupó por mí. La obstetra se aseguró de tener todos mis datos de la obra social; las enfermeras, de que me saque hasta la pintura de uñas y me suba a la camilla en plena contracción. Nadie me pudo esperar. De repente me sentí un bulto que desvestían, vestían y trasladaban de lado a lado en una camilla.
Lloré al entrar al quirófano y al responderle a las enfermeras que estaba ahí “por cagona”. Ahí dentro me trataron muy bien, como me hubiese gustado que me trataran desde que llegué al sanatorio privado que yo elegí para tener el parto que deseaba y no pasó.
Ya ni pensaba en todo lo demás, sabía que no lo iban a dejar pasar a Matías, y a esa altura no me iban a dejar tener a mi bebé cerca una vez que salga de mi panza. Vi cómo la recibían, los pediatras se olvidan de que tienen bebés y que sus madres los ven. La trataron como a un cabrito, de un lado al otro, de rutina.
Se la llevaron. La vi desde lejos, ¡se la llevaron! Se la entregaron al padre, en calidad de bulto, sin indicaciones y con un insuficiente “felicitaciones, papá”. Una vez más, nadie nos dijo nada. Dos padres primerizos cometiendo errores por falta de información, solos. ¿Hasta qué punto todo esto fue nuestra culpa?
Primeros momentos de Mati con la beba |
Estaba decepcionada de mí misma. Fui a la habitación y no era consciente de que la bebé ya estaba ahí, fuera de mí. ¿En qué momento? Si esa mañana todavía la sentía pateando adentro. Parir fue un trámite, no lo sentí. No sentí que estaba dando vida. Sólo sentí el dolor de las contracciones y de no poder estar con mi mamá.
La bebé terminó una semana en neonatología, también por errores que cometimos como padres por desinformación, y por errores graves cometidos ahí dentro, de los que ya no tengo ganas de hablar. Ya no se si quiero volver a hablar de esto, porque siempre me pongo mal. ¿Será que algún día dejará de doler el recuerdo? Hay heridas que tardan años en sanar y esta está viva, abierta, y a veces, como hoy, algo me moviliza nuevamente y vuelve a sangrar.
Estar embarazada fue hermoso para mí, y tener conmigo a mi bebé hoy es lo mejor que me pasó. Pero ese paso fundamental entre una cosa y la otra no fue lo que esperaba y no fue nuestra culpa.
Ojalá hubiese tenido un equipo médico humanizado, que me acompañe y me informe, recuerde que ante todo era una persona que estaba teniendo un bebé por primera vez, y no me hayan tratado como una más. Un pediatra que me haya mostrado la carita de mi bebé cuando salió de mi panza, y me haya dicho que no debían pasar más de 2 horas sin mamar; y no uno que haya aparecido a las 5 horas y nos mande a comprar leche de fórmula después de retarnos por no hacer algo que no sabíamos. Una ginecóloga que me haya preguntado si quería acelerar el nacimiento y no haya intervenido innecesariamente. Ojalá hubiese podido estar con nuestra familia antes, durante y después. Maldito covid.
Definitivamente fue la experiencia de mi vida, que me dejó miles de enseñanzas y de la que aún aprendo. Ojalá nadie más tenga que pasar por estas cosas.
Ojalá nuestro próximo hijo, si es que tenemos, venga a este mundo de manera diferente y nos enseñe que no tiene por qué ser así. El parto respetado es un derecho de toda mujer, de toda familia, incluso del bebé.
Ojalá algún día esta herida deje de sangrar, y ojalá este relato le sirva a quien esté leyendo, para no permitir que los hagan pasar por esto.