Hay mentes brillantes, capaces de crear las ilusiones más creíbles y magníficas que cualquier otro cuento clásico que puedan leer comprando algún libro.
Mentes que vuelan, que fundan ideas con la suficiente fuerza como para hacerte creer en una falsa realidad. Te capturan, te envuelven, te hacen creer que no hay más que esa realidad forzada. Tan enérgica que es todo lo que existe.
También tienen la habilidad de mejorar las situaciones reales, agregándoles adicionales fantásticos, tan perfectos que es obvio que no son reales. No se asemejan a novelas. Son realidades exageradas, pero te las crees. Te ganan, te atrapan. Las vuelves parte de vos.
Quizás en mi cabeza puedo hacer de la nada misma algo que signifique mucho más de lo que es. Tal vez puedo hacer un príncipe de un mendigo, un genio de un iluso, o incluso un gran amor de un desconocido.
Te he perfeccionado en mi cabeza, pero, no existes.
Sin embargo, son tan extremas y absolutas que caigo en el error –pecado- de creerlas, aun sabiendo que han sido mi creación, mi fantasía, mi ilusión. Y me decepciono. Me desilusiona tanta realidad junta, golpeándome en la cara, mientras me dice deja de delirar.
Él era tan perfecto en mi cuento, irreal.
Reniego. Es en vano, lo sé.
Y aunque sé cómo es todo en realidad, lo elijo así, como yo quiero.
Sin embargo, preferiría que no existiera. Que no haya existido jamás. Ni como yo lo idealicé, ni como es en verdad. No lo quiero más. Porque en cualquiera de sus variantes, de la forma que sea, aun así no podrá pertenecerme. En absoluto.
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