Hablar con él era eso, un conflicto ideológico, político y moral. Una guerra doble entre nosotros dos y conmigo misma.
En mí, las palabras que debían ser dichas atacaban constante y exitosamente a los más sinceros sentimientos, las palabras que de verdad querían salir. Explotar. Palabras que me explotaban en los labios y morían de impotencia al sentirse acalladas por mi cobardía.
Moría la honestidad, pero no moría el amor. Al contrario de lo que se piensa, en la guerra el amor esta presente desde antes del primer encuentro.
Con él, sin embargo, la guerra era menos temible, me fascinaba tener que enfrentarlo, y que me destroce sin piedad con esos versos tan filosos como perfectos, cuyo mayor poder contra mí era la duda de saber si tales rimas eran de verdad para mí o si pertenecían a un discurso común y corriente en su lista de abatidas.
Siempre fue un placer morir de amor en sus brazos. La peor guerra, y la más linda, siempre fue por amor, con pasión, contra él, contra mí, porque sí.
domingo, 20 de marzo de 2016
Guerra de palabras
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