Esa bendita tormenta parecía no parar mas. Al principio sorprendía, pero con el pasar de los días, semanas, meses, años, perdió emoción y ya era una molestia.
Todos los días eran grises, fríos, tristes. Impedía a la gente seguir con sus vidas. No las dejaba salir de sus hogares y estos se convertían en prisiones. Todos estaban tristes. Ella estaba triste.
Cayendo en el pozo de la resignación, una mañana de Domingo como cualquier otra, miró por la ventana y el día no era gris, no estaba lloviendo. Se veía el cielo anaranjado, por primera vez en años!
Todos salían de sus casas entusiasmados, felices por lo que veían, sobre todo ella, que ya estaba tan cansada de ver que nunca paraba de llover.
Pero la felicidad duró sólo un par de horas. Cuando se estaba preparando para salir a disfrutar el día, esas nubes grises volvieron a aparecer de a poco y las gotas empezaron a caer sobre su cara otra vez. No quedaba otra que aprender a caminar bajo la lluvia, pero en el mejor de sus intentos la tormenta empeoró y tuvo que volver a su lugar.
Resignada, cansada y sobre todo triste, decidió no volver a mirar por la ventana para no ilusionarse nuevamente. Fue a su habitación, buscó un libro y se sentó a leer. Y la tormenta no paró, al contrario, empeoraba cada día un poco más.
M.