Despertar a las corridas, desayunar a las corridas. Preparar todo y salir a trabajar a las corridas.
Llegar al trabajo y detenerte. Comenzar a proyectar. El equipo funciona con la parte creativa y la parte práctica, ambas puestas en acción. Una idea, de pronto, se convierte de un proyecto que después es borrador y así hasta convertirse en realidad.
Así cumplíamos juntos nuestros sueños. Cada uno de ellos, a través del mismo mecanismo.
Pero había veces en que una nube de tormenta tapaba todo el proceso y se frenaba de golpe. El tiempo se detenía. Pausa.
Una pausa, porque se piensa que después se retoma todo, con igual normalidad. Porque es solo un receso, "ya va a pasar"... Ya van a volver las lindas charlas largas, las nuevas ideas, el equipo se volverá a armar y continuará la sociedad no anónima en la que vienen trabajando juntos.
"Ya va a pasar", después de la conversación lacrimógena de una hora y media, sentados en el sillón. Tan inútil como las reuniones de trabajo en las que solo se marcan los errores, se mencionan posibles caminos a seguir para mejorar, pero se apagan las luces y todo vuelve a la aburrida y monótona rutina. Nada cambia, todo queda en la reunión, sin efecto.
Sin embargo, sucede que también a veces no pasa eso que se espera, y el receso se extiende más de lo esperado, con todo lo que eso implica. Con el paso del tiempo es cada vez más difícil que las cosas vuelvan a su lugar y encajen tan bien como antes. Nunca vuelven a encajar igual, van quedando marcas. Como si se rompiera un dientecito de un engranaje.
Así, las cosas van dejando de fluir en el equipo, y ya los proyectos que se siguen pensando -la pausa creati va es grupal, no individual- son de índole independiente. Ya no somos. Siempre soy.
Quizás la rutina le quitó el aceite a la rueda de la máquina, que ya no gira más, o no con las mismas ganas. Cada vez se le rompe un nuevo ruleman. Quizás esto siga así hasta que finalmente ya no quede nada que permita a la rueda girar.
Y estará bien. Todo siempre estará bien al final. Solo queda la molestia de no saber identificar, diferenciar -todo por no poderlo hablar-, de una vez por todas, la pausa del verdadero final.