Qué desastre. La ausencia -tu- se encontró con el olor de tu pelo en mi gorro y en la remera gris con poco uso.
Empezó en Facebook con un like que apareció en la foto de una amiga, domingo a la noche. Una vez más, jugando a que no estás.
Fue en la piecita esa, la del calefón que en realidad es termotanque. Como parte de la decoración, el dibujo rosa de la extraña cabeza, en todas sus variantes de color, una al lado de la otra. Iguales.
De fondo sonaba El Flaco.
Se sentaron en la mesa doce del lugar a recordar fugaces momentos húmedos, alerta y autocontrol, mientras leía las breves historias que acompañaban los cuadros que eran la excusa inmediata para ocultar el nerviosismo, el leve temblequeo del cuerpo, las manos transpiradas, el pecho con la sensación de ser un objeto a punto de estallar.
¡BOOM!
Al final se quedaron a dormir, o eso intentaban: la novedad y la calentura no paraban de reír y molestar con su teatro romántico predecible del otro lado del muro, mientras por ahí hacia frío. Mucho frío.
La mañana siguiente hizo más frío aún, pero una ola de calor que llegó de sorpresa dejó una débil sensación de alivio, que sirvió para espantar la soledad y darle paso a la calma; para poder limpiar todo el desastre de la noche anterior, de la fiesta del horror.
Ya no estaban los fantasmas de aquel evento; y no porque hayan desaparecido, sino porque la fiesta, por fin, había terminado.