martes, 20 de mayo de 2025

El último de nosotros

Hace unos días hablaba con mi compañero, Matt, sobre la serie The Last of Us, la que tiene muchos hablando de eso en todo el mundo. Nuestras charlas se dan desde el lugar de dos personas que jugaron el videojuego en el que se basó la serie. Yo, como jugadora amateur que en 2016 pedía ayuda en las escenas de noche porque me daban miedo los enfrentamientos con los clickers; y Matt como jugador experto, que conoció esa historia desde que salió para PS3 en 2003.

En lo personal, la historia del primer juego me hizo pedazos. Y el segundo me rompió el corazón. Había dicho que no iba a ver la serie estando puerpera con las hormonas a flor de piel, pero cómo me voy a perder de disfrutar semejante pieza audiovisual bien hecha. Más en estos días en donde todo es breve, vertical y acefalo de sentido.

Ya superamos el debate ético de si Joel hizo lo correcto salvando a Ellie, y con esta frase ya doy cuenta de la postura que adoptamos: "Joel la salvó", defendemos en lugar de decir "El errante masacró a las Luciérnagas en ese hospital". Somos team Joel, y ahora con Pedro Pascal, aun más. 

También creía que habíamos superado el debate de la segunda historia, entendiendo que El Chapulin Colorado tenía razón cuando decía que "la venganza nunca es buena, mata el alma y envenena". Lo aceptamos aún mordiéndonos los labios y apretando los puños de bronca, aguantando las ganas de matar a Abbi. Porque haber jugado con ella nos hizo entender que no existen malos y buenos en el mundo, sino que nos los creamos según nuestra perspectiva. La segunda tanda nos mostró en primera persona la empatía. 

Esa noche no podía dormir y pensaba puntualmente en lo terrible que debe ser estar atorado para siempre en un cuerpo dominado por un hongo, y no morir ni envejecer. Y me atreví a imaginar que eso sería posible, que mutara el cordycep y afectara a los humanos. Que otra vez, como en la pandemia de coronavirus, se vaya todo al carajo, pero esta vez en serio. ¿Qué haríamos? ¿Cómo seguiríamos? 

Aquí hago un párate porque no recuerdo bien cómo llegamos al punto en que Matias me dijo que el nombre de la serie, The Last Of Us, no se refería ni a Joel ni a Ellie, sino al último de los seres humanos, y no pude pegar un ojo. ¿De qué me estas hablando?

¿Es el único que piensa eso? ¿Toda la comunidad fiel al juego lo piensa tambien? ¿Soy la única que no lo vio venir? Y sigue argumentando su postura, defendiendo a muerte a la maravilla narrativa de la creación de Neil Druckmann, en donde no dejó ni un cabo sin atar. Según él, la historia muestra cómo la raza humana se encamina a su extinción, y la primera escena de la serie lo prueba, con la palabra del médico en la televisión, sosteniendo que cuando el hongo gana "we lose" (perdemos), y el estúpido del presentador deja de reirse y el talkshow se convierte en una serie de terror.

Entonces, es el fin, no hay esperanza alguna. No importa que Dina tenga un hijo, ni que Jackson siga creciendo. No existe cura ni vacuna para la infección, y no se puede vivir sobreviviendo. Cabe entonces la posibilidad de una tercera entrega del juego, desde esta forma de ver la historia? Y, creería que no. Desde esta perspectiva tan pesimista, y sin Joel, ya no quiero ver cómo nos terminaríamos de extinguir. Y ahi salta a la luz la verdadera maravilla de esta historia: que aún así, sabiendo que todo se fue a la mierda, que no hay vuelta atrás en nada, y que no existen los malos y los buenos, aún así es tan realista el papel de Joel que nos interpela a todos haciendo hasta posible lo imposible, matando a vivos e infectados como si nada, por salvar a esa persona que amamos, que aun cuando la raza se esta exitinguiendo y la vida no vuelva a ser la de antes nunca (y qué bueno), esa persona es nuestro mundo, y nos aferramos a eso para sobrevivir el tiempo que se pueda, somos cuidadores de aquello que amamos, aun cuando todo está perdido. 

"¿Cómo te crees que les pasó a los dinosaurios? No se murieron de un día para el otro", dijo al final, y la imagen de un Dino Joel tratando de salvar a su Dino Ellie del meteorito me hizo llorar en silencio. Pero no importó, porque estaba oscuro y no se veía nada, y porque estoy puerpera, puedo llorar por lo que quiera y nadie puede decirme nada. 

viernes, 15 de marzo de 2024

El día que las Torres se desplomaron

El día en que las Torres se desplomaron, fue como si el tiempo se estirara más allá de lo normal, tuvo cien horas la jornada.

Ese día marcado por el dolor, mi familia, que siempre fue como un roble para mí, tuvo su segundo sacudón, una grieta que nos llegó hondo a cada uno de manera diferente.
Fue cuando mi tía Nieves partió, la hermana de mi mamá y una de las cinco hijas que trajo al mundo mi abuela María. Era la tercera, y siempre la confundían con mi mamá por lo idénticas que eran.

Cada uno de nosotros tendría una historia diferente para contar sobre mi tía, porque todos conocimos una faceta distinta de ella. Pero si buscáramos algo que nos uniera en ese recuerdo, sería su belleza. Era coqueta y bonita, pero también tenía un corazón enorme. No lo digo porque se haya ido, siempre fue así, dispuesta a ayudar desde su lugar y siempre pendiente de todos nosotros, su familia. Desde el más viejo hasta el recién nacido, siempre estaba ahí. Fue bonito ver cómo su comunidad de fe la reconoció por eso y valoró todo lo que hizo.

También, el orgullo, no de la manera mala, sino ese orgullo que te llena los ojos cuando hablas de las personas que quieres. Mi tía hablaba de sus hijas y se le iluminaba la cara. Y ni hablar de cómo se le llenaba el corazón al hablar de sus nietas y nietos. Amaba ser abuela, eso se notaba a leguas.

Podría seguir hablando de mi tía, pero duele demasiado hablar en pasado de alguien tan cercano.

La vida es así, naces y mueres, es el ciclo natural. Pero viví la muerte desde otra perspectiva desde el 2021 cuando perdimos a Lucas, nuestro primo, hijo de Elena, otra de las hermanas Torres. Esas mujeres, tan fuertes, han pasado por tanto y siempre salen adelante juntas.

Hoy volví a enfrentarme a la muerte de una forma diferente, y mis esquemas se desmoronaron.

Anoche, en medio de la tristeza, grité en la oscuridad que quería detener el tiempo, porque me di cuenta de que este momento es lo mejor de mi vida. Tener a mi familia cerca es lo más importante. Como dice mi psiquiatra, "nada te prepara para una pérdida", y tiene razón.

Los recuerdos hermosos de mi infancia comenzaron a desvanecerse en blanco y negro, envueltos en nostalgia. Ahí entendí que la muerte, inevitable en este mundo, va borrando el pasado poco a poco, hasta que el olvido gana. No quiero, ni puedo, olvidar.

Hoy tuve que ser fuerte para sostener a mi madre, a mis tías y primas. Vi cómo nos sosteníamos mutuamente, como nos enseñaron siempre, abrazándonos y levantándonos unos a otros, aunque también nos derrumbáramos.

Mis primas estaban destrozadas por la pérdida, pero aún así, encontraban fuerzas para apoyar a sus hijos, a nuestras tías y primos.

Una de mis primas dijo: "Cuando murió Mamila, yo estaba jugando con Lucas y Andre en el velorio, y ahora debo ser fuerte y acompañar a los demás". Así es, estamos en otro rol ahora. Somos los adultos responsables, así funciona la vida.
Nos toca ser el apoyo para las nuevas generaciones, pero también para esos adultos que hoy son nuestros viejos, todos pasando por el mismo dolor. 

Fue lindo ver a la familia unida otra vez. Fue doloroso el motivo que nos convocó.
Y no, nunca vamos a estar preparados para esto.

Te voy a recordar siempre, Nieves querida. Gracias por haber confiado en mí.


miércoles, 27 de septiembre de 2023

"Ya no tenés 20"... La crisis de los 30

 Creo que estoy entrando en la crisis de los 30. De la que a veces escuchaba al pasar y nunca le di importancia porque, uff, me faltaba un montón. 

Me pintó el viejazo, ¿será? Pienso más en cosas que antes no. La muerte comienza a ser una inquietud recurrente, no solo la propia, a la que creo no tenerle miedo, sino a la inevitable verdad de que en algún momento toda la gente que quiero va a empezar a morir. De hecho, ya empezaron, y bueh, la angustia me empieza a invadir así que busco cambiar rápido de tema.

Y bueno, es que ahí me queda en claro que ya no tengo 15, ni 20, ni 25. Empecé a descubrir dolores que no conocía. Primero, porque no me movía lo suficiente; después, porque me movía demasiado, y ahora directamente duele porque sí. Las rodillas, la espalda y la nuca, y el bolsito pastillero hace tiempo que se acomodó en mí mochila y se aseguró su lugarcito de por vida. Es como el kit de bienvenida a los 30: dudas existenciales, dolores y pastillas.

Pasando por las redes sociales la sensación de vejez se acentúa porque siento que solo hay dos direcciones: hacerme la pendeja y ponerme a bailar en tiktok o sacarme fotitos con filtros cada vez más exagerados al punto de plantear unsolo tipo de rostro como el ideal de lo lindo (o ridículo) o alejarme por completo de la persona que solía mostrar en mí perfil y ser 100% madre y que mi feed se vista de fotos de mi hija, convirtiéndose en una línea cronológica de cómo crece "tan rápido", tan inteligente y tan hermosa, mientras a la vez yo envejezco cada vez más, con la misma rapidez, en la misma línea temporal. El tiempo es tan cruel.

En lo vincular, pasa lo de siempre. La lista de amigos es cada vez más chica, pero tampoco crece la de conocidos porque la memoria empieza a fallar y ya no se si a esas personas las conozco de verdad o solo  vi sus caras en las redes, o en los medios, o en algún video viral. A medida que pasa el tiempo, empiezo a dudar cada vez más de mí nivel de racionalidad. Creo que me estoy volviendo loca, o vieja, o vieja loca, y así la premonición de algunos se va volviendo realidad...

Igual, disfruto mucho de esa parte en la que puedo elegir libremente con quién juntarme y con quién no y poder decirlo sin pelos en la lengua, sin miedo a ofender a nadie, porque de una vez entendí que no puedo hacerme cargo de subjetividades ajenas y eso también es responsabilidad afectiva. Decidí que mí familia esté primero, junto con mí salud mental.

Sí, definitivamente creo que estoy atravesando la crisis de los 30 porque no me siento tan chica como hacer algunas cosas, pero tampoco tan vieja como para no poder cambiar otras. Estoy en un punto bisagra en el que aún puedo arreglar algo y no cagarla del todo. El tema sería, cuando ya no pueda cambiar algo, ¿me daré cuenta? 

En fin. Cómo toda crisis, entiendo que es oportunidad de cambiar algo, y siento mucha seguridad (HOY) al decir que estoy cambiando mí forma de ver las cosas, y por ende, de vivir la vida. Ahí está, la prueba infalible de que pintó el viejazo: estar hablando sobre "vivir la vida" en lugar de vivir solo porque el aire es gratis (por ahora). Y bueno, ahi me doy cuenta de que el primer gran cambio es entender que no voy a estar aquí para siempre. Yo también voy a morir en algún momento, así que mientras tenga pulmones para respirar, piernas y brazos para correr y abrazar, ojos para disfrutar de ver los colores y estómago para degustar ricos sabores y cervezas, pretendo hacerlo y disfrutarlo hasta el último momento, PORRR SUPUESTO que rodeada de las personas que elijo, quiero, y me hacen feliz.

Porque a fin de cuentas... "Happines is only real when shared"