viernes, 15 de marzo de 2024

El día que las Torres se desplomaron

El día en que las Torres se desplomaron, fue como si el tiempo se estirara más allá de lo normal, tuvo cien horas la jornada.

Ese día marcado por el dolor, mi familia, que siempre fue como un roble para mí, tuvo su segundo sacudón, una grieta que nos llegó hondo a cada uno de manera diferente.
Fue cuando mi tía Nieves partió, la hermana de mi mamá y una de las cinco hijas que trajo al mundo mi abuela María. Era la tercera, y siempre la confundían con mi mamá por lo idénticas que eran.

Cada uno de nosotros tendría una historia diferente para contar sobre mi tía, porque todos conocimos una faceta distinta de ella. Pero si buscáramos algo que nos uniera en ese recuerdo, sería su belleza. Era coqueta y bonita, pero también tenía un corazón enorme. No lo digo porque se haya ido, siempre fue así, dispuesta a ayudar desde su lugar y siempre pendiente de todos nosotros, su familia. Desde el más viejo hasta el recién nacido, siempre estaba ahí. Fue bonito ver cómo su comunidad de fe la reconoció por eso y valoró todo lo que hizo.

También, el orgullo, no de la manera mala, sino ese orgullo que te llena los ojos cuando hablas de las personas que quieres. Mi tía hablaba de sus hijas y se le iluminaba la cara. Y ni hablar de cómo se le llenaba el corazón al hablar de sus nietas y nietos. Amaba ser abuela, eso se notaba a leguas.

Podría seguir hablando de mi tía, pero duele demasiado hablar en pasado de alguien tan cercano.

La vida es así, naces y mueres, es el ciclo natural. Pero viví la muerte desde otra perspectiva desde el 2021 cuando perdimos a Lucas, nuestro primo, hijo de Elena, otra de las hermanas Torres. Esas mujeres, tan fuertes, han pasado por tanto y siempre salen adelante juntas.

Hoy volví a enfrentarme a la muerte de una forma diferente, y mis esquemas se desmoronaron.

Anoche, en medio de la tristeza, grité en la oscuridad que quería detener el tiempo, porque me di cuenta de que este momento es lo mejor de mi vida. Tener a mi familia cerca es lo más importante. Como dice mi psiquiatra, "nada te prepara para una pérdida", y tiene razón.

Los recuerdos hermosos de mi infancia comenzaron a desvanecerse en blanco y negro, envueltos en nostalgia. Ahí entendí que la muerte, inevitable en este mundo, va borrando el pasado poco a poco, hasta que el olvido gana. No quiero, ni puedo, olvidar.

Hoy tuve que ser fuerte para sostener a mi madre, a mis tías y primas. Vi cómo nos sosteníamos mutuamente, como nos enseñaron siempre, abrazándonos y levantándonos unos a otros, aunque también nos derrumbáramos.

Mis primas estaban destrozadas por la pérdida, pero aún así, encontraban fuerzas para apoyar a sus hijos, a nuestras tías y primos.

Una de mis primas dijo: "Cuando murió Mamila, yo estaba jugando con Lucas y Andre en el velorio, y ahora debo ser fuerte y acompañar a los demás". Así es, estamos en otro rol ahora. Somos los adultos responsables, así funciona la vida.
Nos toca ser el apoyo para las nuevas generaciones, pero también para esos adultos que hoy son nuestros viejos, todos pasando por el mismo dolor. 

Fue lindo ver a la familia unida otra vez. Fue doloroso el motivo que nos convocó.
Y no, nunca vamos a estar preparados para esto.

Te voy a recordar siempre, Nieves querida. Gracias por haber confiado en mí.


miércoles, 27 de septiembre de 2023

"Ya no tenés 20"... La crisis de los 30

 Creo que estoy entrando en la crisis de los 30. De la que a veces escuchaba al pasar y nunca le di importancia porque, uff, me faltaba un montón. 

Me pintó el viejazo, ¿será? Pienso más en cosas que antes no. La muerte comienza a ser una inquietud recurrente, no solo la propia, a la que creo no tenerle miedo, sino a la inevitable verdad de que en algún momento toda la gente que quiero va a empezar a morir. De hecho, ya empezaron, y bueh, la angustia me empieza a invadir así que busco cambiar rápido de tema.

Y bueno, es que ahí me queda en claro que ya no tengo 15, ni 20, ni 25. Empecé a descubrir dolores que no conocía. Primero, porque no me movía lo suficiente; después, porque me movía demasiado, y ahora directamente duele porque sí. Las rodillas, la espalda y la nuca, y el bolsito pastillero hace tiempo que se acomodó en mí mochila y se aseguró su lugarcito de por vida. Es como el kit de bienvenida a los 30: dudas existenciales, dolores y pastillas.

Pasando por las redes sociales la sensación de vejez se acentúa porque siento que solo hay dos direcciones: hacerme la pendeja y ponerme a bailar en tiktok o sacarme fotitos con filtros cada vez más exagerados al punto de plantear unsolo tipo de rostro como el ideal de lo lindo (o ridículo) o alejarme por completo de la persona que solía mostrar en mí perfil y ser 100% madre y que mi feed se vista de fotos de mi hija, convirtiéndose en una línea cronológica de cómo crece "tan rápido", tan inteligente y tan hermosa, mientras a la vez yo envejezco cada vez más, con la misma rapidez, en la misma línea temporal. El tiempo es tan cruel.

En lo vincular, pasa lo de siempre. La lista de amigos es cada vez más chica, pero tampoco crece la de conocidos porque la memoria empieza a fallar y ya no se si a esas personas las conozco de verdad o solo  vi sus caras en las redes, o en los medios, o en algún video viral. A medida que pasa el tiempo, empiezo a dudar cada vez más de mí nivel de racionalidad. Creo que me estoy volviendo loca, o vieja, o vieja loca, y así la premonición de algunos se va volviendo realidad...

Igual, disfruto mucho de esa parte en la que puedo elegir libremente con quién juntarme y con quién no y poder decirlo sin pelos en la lengua, sin miedo a ofender a nadie, porque de una vez entendí que no puedo hacerme cargo de subjetividades ajenas y eso también es responsabilidad afectiva. Decidí que mí familia esté primero, junto con mí salud mental.

Sí, definitivamente creo que estoy atravesando la crisis de los 30 porque no me siento tan chica como hacer algunas cosas, pero tampoco tan vieja como para no poder cambiar otras. Estoy en un punto bisagra en el que aún puedo arreglar algo y no cagarla del todo. El tema sería, cuando ya no pueda cambiar algo, ¿me daré cuenta? 

En fin. Cómo toda crisis, entiendo que es oportunidad de cambiar algo, y siento mucha seguridad (HOY) al decir que estoy cambiando mí forma de ver las cosas, y por ende, de vivir la vida. Ahí está, la prueba infalible de que pintó el viejazo: estar hablando sobre "vivir la vida" en lugar de vivir solo porque el aire es gratis (por ahora). Y bueno, ahi me doy cuenta de que el primer gran cambio es entender que no voy a estar aquí para siempre. Yo también voy a morir en algún momento, así que mientras tenga pulmones para respirar, piernas y brazos para correr y abrazar, ojos para disfrutar de ver los colores y estómago para degustar ricos sabores y cervezas, pretendo hacerlo y disfrutarlo hasta el último momento, PORRR SUPUESTO que rodeada de las personas que elijo, quiero, y me hacen feliz.

Porque a fin de cuentas... "Happines is only real when shared"

jueves, 31 de agosto de 2023

La pendeja sin empatía que criticaba a las mujeres embarazadas

 Solía criticar con asco a las mujeres que daban de mamar a sus bebés en cualquier lado; a las embarazadas que “se aprovechaban de su condición” para pedir el asiento en el colectivo lleno o adelantarse en una fi
la. Ni hablar de cuando veía que se cambiaba un pañal en la vía pública o que les limpiaban la nariz con la mano (sin pañuelo). 

Todo me daba asco. 

Le decía a mi hermana que nunca tendría un bebé porque no soportaba escuchar el llanto, ni la desesperación de no saber cómo calmarlo. Que nunca podría poner el cuerpo para que la panza me creciera tanto que se me hicieran estrías horribles, “como un mapa” que arruinaban la panza chata. ¿Parir? Están locas. Someterse a tanto dolor...

Entonces pasó el tiempo, cambié la forma de ver las cosas y tuve el deseo: tuve una hija, formé una familia, y aún así no reniego de eso que fui. Abrazo a esa adolescente que sólo veía con los ojos que podía, de una adolescente sin empatía. 

Si hay algo que me sorprendió de todo lo que aprendí durante mi embarazo fue a entender a esa mujer embarazada que sube cansada al colectivo y necesita tomar asiento. No saben el trabajo que es producir órganos, literalmente nuestro cuerpo funciona por dos. 

Aprendí que las filas de prioridad no eran para sacar ventaja sino porque realmente cuando tienes tres kilos creciendo adelante, presionando tu vejiga, es muy difícil mantenerse de pie por mucho tiempo sin mearte encima. 

Y con todo eso que fui aprendiendo en estos dos años, también caí en pensar que “nadie puede entender a una madre sin ser madre”, dejando por fuera a la experiencia de la EMPATÍA. No, nadie sabe lo que significa poner el cuerpo como madre, pero SÍ se puede aprender todos los días a ponerse en el lugar del otro, entender y ser menos criticón, boca suelta, y poco solidario, sin necesidad de tener hijos. 

Hoy, en el día de la embarazada, deseo que cada día haya más personas empáticas y respetuosas con las mujeres que están gestando, las mujeres que crían bebés y niños, y las personas en general! Entiendo que la rutina nos tenga a todos reventados, pero no por eso debemos ser tan soretes entre nosotros, y más cuando hay una situación que no se puede controlar.

Y, creeme, gritarle a un niño que llora en un berrinche de ninguna manera va a hacer que deje de llorar; MENOS, INSULTAR A LA MADRE O A QUIEN LO ESTÉ ACOMPAÑANDO.

Abrazo a todas las embarazadas y familias que esperan la llegada de un nuevo integrante y otro más grande a quienes aún están en la búsqueda.