Ese día marcado por el dolor, mi familia, que siempre fue como un roble para mí, tuvo su segundo sacudón, una grieta que nos llegó hondo a cada uno de manera diferente.
Fue cuando mi tía Nieves partió, la hermana de mi mamá y una de las cinco hijas que trajo al mundo mi abuela María. Era la tercera, y siempre la confundían con mi mamá por lo idénticas que eran.
Cada uno de nosotros tendría una historia diferente para contar sobre mi tía, porque todos conocimos una faceta distinta de ella. Pero si buscáramos algo que nos uniera en ese recuerdo, sería su belleza. Era coqueta y bonita, pero también tenía un corazón enorme. No lo digo porque se haya ido, siempre fue así, dispuesta a ayudar desde su lugar y siempre pendiente de todos nosotros, su familia. Desde el más viejo hasta el recién nacido, siempre estaba ahí. Fue bonito ver cómo su comunidad de fe la reconoció por eso y valoró todo lo que hizo.
También, el orgullo, no de la manera mala, sino ese orgullo que te llena los ojos cuando hablas de las personas que quieres. Mi tía hablaba de sus hijas y se le iluminaba la cara. Y ni hablar de cómo se le llenaba el corazón al hablar de sus nietas y nietos. Amaba ser abuela, eso se notaba a leguas.
Podría seguir hablando de mi tía, pero duele demasiado hablar en pasado de alguien tan cercano.
La vida es así, naces y mueres, es el ciclo natural. Pero viví la muerte desde otra perspectiva desde el 2021 cuando perdimos a Lucas, nuestro primo, hijo de Elena, otra de las hermanas Torres. Esas mujeres, tan fuertes, han pasado por tanto y siempre salen adelante juntas.
Hoy volví a enfrentarme a la muerte de una forma diferente, y mis esquemas se desmoronaron.
Anoche, en medio de la tristeza, grité en la oscuridad que quería detener el tiempo, porque me di cuenta de que este momento es lo mejor de mi vida. Tener a mi familia cerca es lo más importante. Como dice mi psiquiatra, "nada te prepara para una pérdida", y tiene razón.
Hoy tuve que ser fuerte para sostener a mi madre, a mis tías y primas. Vi cómo nos sosteníamos mutuamente, como nos enseñaron siempre, abrazándonos y levantándonos unos a otros, aunque también nos derrumbáramos.
Mis primas estaban destrozadas por la pérdida, pero aún así, encontraban fuerzas para apoyar a sus hijos, a nuestras tías y primos.
Una de mis primas dijo: "Cuando murió Mamila, yo estaba jugando con Lucas y Andre en el velorio, y ahora debo ser fuerte y acompañar a los demás". Así es, estamos en otro rol ahora. Somos los adultos responsables, así funciona la vida.
Nos toca ser el apoyo para las nuevas generaciones, pero también para esos adultos que hoy son nuestros viejos, todos pasando por el mismo dolor.